Susana Leiracha

Testimonio de una sobreviviente.

Susana Leiracha vino al mundo el 24 de julio de 1945 en la ciudad de Buenos Aires. Sus padres eran José Antonio Leiracha Dopico, originario de San Vicente de Meiráz, ayuntamiento de Valdoviño, provincia de A Coruña, y Catalina Bricali, argentina descendiente de italianos nacida en Escobar, provincia de Buenos Aires.
José Antonio había nacido el 14 de julio de 1907 y era uno de los nueve hijos de Andrés Leiracha y Vicenta Dopico. Los abuelos paternos de José Antonio siempre habían vivido en Valdoviño y sus padres continuaron con la tradición familiar de trabajar la tierra, lo que les proveía el sustento básico que apenas les permitía subsistir.
A comienzos de los años ´30, la necesidad de forjarse un futuro mejor hizo que José Antonio tomara la decisión de emigrar a Argentina.
Llegó solo y rápidamente consiguió trabajo como camarero –oficio que desempeñaría durante toda su vida- en un bar de la zona de Avenida de Mayo. Para estar cerca del trabajo se estableció en los alrededores de esa conocida avenida porteña.
Susana recuerda una anécdota que le contó su padre: “Él era republicano y decía que durante la Guerra Civil en la Avenida de Mayo había dos bares donde habitualmente se reunían los emigrantes: uno se llamaba ´El Español´ y el otro ´Iberia´, en uno se juntaban los republicanos y en el otro los franquistas. Siempre se armaban grandes discusiones entre ambos bandos que terminaban con sillas, mesas y tazas volando por el aire. También contaba que organizaban rifas con el fin de recaudar dinero para enviárselo al Gobierno republicano”.
José Antonio llevaba consigo un dolor muy hondo pues había perdido a su hermano menor, Manuel, durante la guerra. “Mientras estaba cumpliendo con el Servicio Militar Obligatorio su barco fue hundido por los republicanos y él murió teniendo poco más de veinte años. Papá sufrió mucho la partida de ese hermano y creo que esta situación le producía sentimientos contradictorios porque él era socialista y Manuel había muerto a causa de los republicanos”, reflexiona Susana.
En 1940, José Antonio conoce a quien sería su esposa, Catalina Bricali. Luego de un periodo de noviazgo se casan y en 1943 nace su primer hijo, Ricardo. En 1945 viene al mundo Susana, su segunda y última hija.
Luego del nacimiento de sus hijos, el matrimonio se mudó a la localidad de Olivos, provincia de Buenos Aires. A través de los años cambiaron varias veces de domicilio pero los lugares donde más tiempo residieron fueron Capital Federal y Olivos.
Susana creció en los convulsionados años ´60, era una joven que amaba la vida y se entregaba desinteresadamente al proyecto de construir un mundo mejor para todos. Durante la persecución de esos sueños conoció a Osvaldo Barros, que más tarde se convertiría en su marido y con el que compartía su lucha por lograr una sociedad más justa.
Susana explica el grado de compromiso social en que estaban involucrados. “Nosotros tuvimos una importante militancia durante muchos años, yo estudiantil y barrial, y Osvaldo en la Facultad y a nivel sindical en CETERA (Central de Trabajadores de la Educación de la República Argentina), porque era maestro.
Ella se recibió de Bioquímica a principios de 1973 y continuó junto a su compañero con el compromiso de defender los derechos de los trabajadores y estudiantes.
El tiempo pasó y llegó el Golpe de Estado de marzo de 1976, “una de las mayores tragedias de la historia argentina, que desató una brutal represión sobre el movimiento obrero, campesino y estudiantil para imponer un modelo de país sometido a los intereses de las grandes empresas trasnacionales”, afirma Susana.
Ambos fueron unas de las miles de víctimas del plan genocida que se implantó en el país. “Nosotros estuvimos secuestrados desde agosto de 1979 hasta febrero de 1980 en la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), el mayor centro ilegal de detención de Argentina entre 1976 y 1983; se calcula que allí fueron asesinadas alrededor de cinco mil personas”, rememora Susana con la voz entrecortada. Y continúa: “Aunque hubo otros gobiernos militares nunca imaginamos uno tan sanguinario, sobre todo por el fenómeno de la ´desaparición´, algo que no se conocía hasta entonces, por lo menos en este país. Estar secuestrada significaba que nadie tenía noticias tuyas, te podían buscar a través de jueces, de la policía, y nadie daba información a tus familiares”.
Semanas antes de la detención de Susana, su padre había sufrido un accidente cerebro-vascular. En esas difíciles circunstancias fue el padre de Osvaldo quien se encargó de buscarlos desesperadamente. “A mi suegro nunca le comunicaron nada, incluso en septiembre de 1979, cuando llegó la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA para investigar sobre las desapariciones, mi suegro denunció ante ese organismo que nosotros hacía quince días que estábamos en cautiverio y los militares no reconocían que estuviéramos allí. Un hecho significativo que nos contó mi suegro fue que justo en el momento que estaba realizando la denuncia se estaba jugando un partido de fútbol del torneo llamado ´Mundialito´. Los hinchas de fútbol pasaban en camiones frente a la oficina donde atendía la Comisión y un periodista los arengaba para que insultaran a los familiares de detenidos que estaban en la puerta del local con la consigna ´Los argentinos somos derechos y humanos´. Cuando los hinchas llegaron al lugar y vieron la impresionante cantidad de madres y padres reunidos, dejaron de gritar y se hizo un silencio demoledor. Fue una actitud de respeto muy impresionante”.
Susana hace referencia a uno de los momentos más difíciles que vivieron. “Entre los objetivos de la Comisión Interamericana estaba el de investigar a la ESMA, ya que tenían informes de lo que sucedía allí. Pero uno o dos días antes de que llegaran, nos sacaron del lugar encapuchados junto a quince o veinte personas y fuimos trasladados –después nos enteraríamos- a una isla del Tigre, en la provincia de Buenos Aires. Allí permanecimos un mes en condiciones infrahumanas, pues las casas en el Delta del Paraná se inundan y están construidas sobre pilotes. La gente vive en la planta alta y a nosotros nos ubicaron en una minúscula habitación de la planta baja recostados en una lona sobre la tierra húmeda y sin agua. Con el tiempo supimos que esa propiedad pertenecía a la Vicaría Castrense, es decir a la Iglesia Católica”.
Susana y Osvaldo pasaron por diferentes sectores dentro de la ESMA. “El peor era la denominada ´Capucha´, donde permanecías durante días acostado sobre una colchoneta sin moverte ni hablar, con esposas en las manos y grilletes en los pies y una capucha que te tapaba toda la cabeza. Ese sector estaba ubicado en el altillo del Casino de Oficiales. Otro lugar era el ´Sótano´ o sector cuatro, donde también estuvimos un tiempo. Un día nos avisan que pasaríamos a ´Pecera´, una dependencia que tenía oficinas vidriadas por lo tanto quienes permanecíamos allí podíamos ser observados como peces. Uno de los responsables de Pecera era Ricardo Miguel Cavallo, que actualmente está preso en España a punto de ser juzgado por los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura. En cada centro de detención bautizaban con una nombre distinto a los sectores de cautiverio, en la ESMA tenían estas denominaciones mientras que en otra prisión los llamaban ´Calabozos´ y en otros lugares ´Tubos´ “.
Hay un interrogante que desvela a Susana desde hace años y la hace sentir culpable:”¿Por qué fuimos liberados? ¿Por qué nosotros si y otros compañeros no? Es una pregunta que uno se hace constantemente. Cuando nos sacaron de Capucha para llevarnos a Pecera pensamos –por la experiencia de otros detenidos- que eso era favorable porque aunque en Pecera te usaban como mano de obra esclava – a nosotros nos tocó hacer una revista, por lo que nos obligaban a levantarnos a las tres de la mañana, recibir los diarios que traía uno de los oficiales, sintetizar noticias importantes de las diferentes secciones, escribirlas a máquina y finalmente dárselas a otro preso para que las fotocopiara- , habían mejorado nuestras condiciones de vida: las mujeres teníamos un dormitorio para nosotras, podíamos hablar con más libertad y los oficiales no nos hostigaban constantemente”.
Una mañana, un oficial les comunicó que prepararan sus cosas porque serían liberados, esa noticia los sorprendió tanto que no sabían como reaccionar. “Cuando salimos de nuestro asombro, nos pusimos contentos y aunque otros compañeros se quedaban, pensamos que volveríamos a verlos pronto; no fue así, al poco tiempo volvimos a retirar nuestros documentos y a visitarlos y nos enteramos que no sólo no fueron liberados sino que apenas partimos los llevaron nuevamente a Capucha, lugar del que no volverían. La decisión acerca de quién era liberado y quién desaparecía era arbitraria. Osvaldo y yo pertenecemos a la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos y con otros compañeros hemos tardado mucho tiempo en resolver estos interrogantes. Una de las hipótesis a la que arribamos es que si todo el terror era clandestino y secreto, cómo lograban los militares que la sociedad les tuviera miedo. La salida de un sobreviviente que pudiera decir: ´Efectivamente, ese terror existe´ sembraba y potenciaba el espanto en toda la sociedad. Además, si vos habías tenido alguna actividad política, gremial o barrial, te preguntabas: ¿Por qué vos si y el otro no? Eso generaba mucha desconfianza entre militantes y vecinos, lo que contribuía a la desarticulación de la sociedad y por lo que experimentamos después, el individualismo ganó. Aunque últimamente se están viendo algunos cambios positivos”.
Susana y Osvaldo trabajan desde hace años en la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos para impulsar los juicios contra los genocidas implicados en delitos de terrorismo de estado en el país y en el exterior. “Asimismo dentro de la agrupación hicimos un trabajo de reflexión y nos apoyamos mutuamente porque la desaparición forzada, además de estar orquestada como un plan criminal, sistematizado y organizado, es al mismo tiempo perverso pues deja un agujero muy grande, no solamente en el que sufre el secuestro sino en su familia, sus amistades, sus compañeros de trabajo y estudio, y especialmente en la sociedad, donde los efectos se potencian hasta límites insospechados”, finaliza Susana con el recuerdo de ese pasado que vuelve una y otra vez.


Síntesis biográfica.

Susana Leiracha nació en la ciudad de Buenos Aires el 24 de julio de 1945. Hija de José Antonio Leiracha Dopico, oriundo de San Vicente de Meirás, ayuntamiento de Valdoviño (A Coruña), y de Catalina Bricali, argentina descendiente de italianos. Permaneció secuestrada junto a su marido, Osvaldo Barros, desde agosto de 1979 hasta febrero de 1980 en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Durante ese tiempo pasaron por diferentes sectores dentro de la ESMA, y en septiembre de 1979, cuando visitó Argentina la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA fueron trasladados junto a otras personas a una casa perteneciente a la Vicaría Castrense ubicada en el Delta del Paraná, donde permanecieron un mes en condiciones infrahumanas.

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